Montaña rusa

¿Cómo estoy? Hecha pedazos. Yo se que te dije que te vayas tranquilo, que yo iba a estar bien, pero al parecer, mis últimas palabras hacia vos fueron una mentira. Te quise dar tranquilidad, me quise dar tranquilidad acerca de aquello sobre lo cuál no poseía certeza alguna.

Cada día me levanto con el alma triste. ¿Alguna vez sentiste el alma triste? Yo sí, muchas, pero ninguna se acercó a lo que siento ahora.

Vivo la analogía de la vida como una montaña rusa a flor de piel, sólo que la mía está más tiempo cayendo en picada de lo que se mantiene en las alturas. Lejos estoy de vivir en una linea recta, la tristeza me acompaña siempre, pero no es lo único que experimento, aunque me gustaría, al menos tendría cierta estabilidad. A veces uno se acostumbra, aunque yo creo que nunca voy a poder acostumbrarme a tu ausencia, siempre la voy a vivir con cierta extrañeza, siempre te voy a extrañar.

En esta montaña rusa tengo picos de alegría, no te voy a mentir, uno de mis mayores atributos es mi sonrisa y no está en mis planes abandonarla tan fácil, te lo debo, se que no te hubiera gustado. Entonces trato, trato de ganarle a la tristeza, de salir a la superficie de esa marea que me ahoga buscando la bocanada de aire que me permita sobrevivir. Y canto, y bailo, y me tomo una cerveza, trato de olvidarme de mis penas, sin conseguirlo, se que están ahí, las siento en cada movimiento de mis piernas, de mis manos, trato de alejarlas en cada sacudida que mi cuerpo que da al bailar, pero como si fuéramos imanes vuelven. Siempre vuelven.

Y ahí estoy yo en la cima de la montaña rusa buscando evadir lo inevitable en ese escape de fantasía, pero dura poco, muy poco, y en el momento menos pensado me encuentro con tu gorra, me acuerdo de tu sonrisa, veo alguna foto, o pienso en tu voz, y el carril a toda velocidad comienza a bajar, mientras se hace presente un malestar que parece ser infinito. La bajada es infinita, como el dolor que llevo en el alma, mientras que el estar arriba es efímero, como lo fue tu vida.