Tira y afloja

Cande Gianfrancisco
3 min readJan 29, 2021

— ¿Vos me estás diciendo que querés estar conmigo pero que también te querés calentar con otros?

— ¿Pero sabes que? Andate a la concha de tu hermana.

— Mejor me voy a la de la tuya. Como vos te vas a la pija de mi amigo.

— Hijo de remil puta.

— Dale bardeame, si no tenés nada más que hacer. Ni un solo argumento, porque tengo razón.

— Sisi, siempre tenés razón vos. Nunca te equivocas.

— Yo no dije eso.

— No hace falta que lo digas. Se como pensas.

— Ah, sabelotodo.

— ¿Cuántas veces tuvimos esta discusión? ¿Cinco? ¿Diez? ¿Será la número veinte?

— Ahora te comieron la lengua los ratones.

— Para nada. Pero si ya te la sabes de memoria, no veo sentido alguno a decir algo.

— ¡Ay! Pobre víctima.

— Basta Victoria.

— No, basta vos Juan Ignacio. Cuando decidimos seguir, era dejando esto atrás. Ya está. No aguanto más un comentario respecto a lo de Lucas. No puedo seguir así.

— ¿Tanto te costaba cerrar las piernas? ¿Tan poco significaba yo?

— No puedo volver a tener esta conversación. En serio.

— ¿Pero vos te das cuenta que sos la culpable no? Por tu culpa ya no puedo confiar más.

— Juani, nada de lo que me digas va a ser peor de lo que yo ya me dije a mi misma. Ya me castigué lo suficiente para que lo sigas haciendo. Ya me castigaste lo suficiente. — y en un gran suspiro, deja entrar todo el aire salado en sus pulmones.

— No creo que pueda compararse al dolor que yo sufrí.

— ¿Qué necesitas? ¿Que me arrodille pidiéndote perdón? ¿Que sea tu esclava? ¿Que sea una sumisa por el resto de los días? ¿Que tengo que hacer? ¿Que necesitas Juan Ignacio? — exclama entre lágrimas.

— Entender. Entender qué pasó.

— Ya te expliqué. Si pudiera volver el tiempo atrás lo haría, pero lamentablemente no está en mis manos. La cagué. Lo se. Y no me quiero justificar con que cometo errores como cualquiera, pero sí. Y me gustaría poder darte una y mil razones de por qué pasó lo que pasó, pero hay cosas que escapan a las palabras, hay cosas que ni yo termino de entender.

— ¿En que falle? ¿En que fallamos? ¿Cómo terminamos así?

— A veces uno se quiere aferrar tan fuerte a algo, que lo termina por romper. — dice mientras su mirada se pierde en el romper de las olas en la escollera — ¿Viste el juego ese que agarran la soga dos equipos distintos? ¿Que tenés que derribar al oponente?

— ¿Pero qué tiene que ver eso con lo que estamos hablando Victoria?

— ¿Sabés de lo que te hablo?

— Sí.

— ¿Te acordas de como la soga te quemaba las manos? Yo me acuerdo que no la soltaba, por más que ardía yo agarraba con más fuerza, y tiraba, porque quería ganar. Pero no siempre lo hacía y mis manos quedaban cubiertas de llagas y me llevaba otra derrota para la colección. Aunque al día siguiente volvía a jugar, volvía a recobrar esa ilusión de ganar.

— No te entiendo.

— Quizás nosotros seguimos aferrados a la ilusión de que podemos ganar, y en el medio nuestras manos se desintegran y con ellas la soga se rompe, porque ni siquiera estamos jugando para el mismo equipo.

— Podes dejar las metáforas de lado te lo pido por el amor de Dios, no tengo paciencia para que me vengas con tus aires de falsa escritora.

— A veces el amor y la ilusión no alcanzan, Juani. Por más que el corazón me lata rápido cada vez que me abrazas, por más que mis ojos se llenen de brillo cuando te veo tocando la guitarra, por más que me sienta en el aire cuando me decís lo mucho que me amas. Capaz la soga se rompió, la rompí y no hay vuelta atrás.

— ¿Te estás dando por vencida? ¿Vos crees que no hay nada para hacer?

— Yo sólo sé que no tengo respuesta a todas las preguntas. Y se que te amo, pero también me amo a mi.

--

--

Cande Gianfrancisco

Me divierto jugando a ser escritora. Ahora también soy psicóloga. Y siempre me quejé un montón.